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Historia

Mauro Ezequiel Lombardo nació el 24 de junio de 1996 en el barrio de Almagro, en una casa de clase media modesta atravesada por el impulso artístico, más allá de que sus padres finalmente optaran por perseguir otros rumbos en lo profesional. Sandra (51), su mamá, es una abogada independiente especializada en derecho laboral y una cantante aficionada que empezó a tomar clases con un profesor recién hace cinco años. Guillermo (51), su papá, siempre quiso ser diseñador gráfico, pero no pudo terminar la carrera: en el medio tuvo que salir a trabajar. (Entre los varios empleos que tuvo, muchas veces simultáneos y en general relacionados a lo administrativo/contable, pasó por una farmacia, un par de bancos y un estacionamiento.) Además, Duki tiene un hermano mayor, Nahuel (27), ingeniero de sonido recibido en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, y una hermana menor, Candela (18), que está terminando el secundario y quiere estudiar Diseño de Indumentaria.

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Cuando Sandra y Guillermo se divorciaron en 2011, la familia ya vivía en el PH de Paternal en el que Duki pasó su adolescencia, una planta baja al final de un pasillo de ladrillos larguísimo, a unas cuadras del Estadio Diego Armando Maradona, la cancha de Argentinos Juniors. Duki repitió segundo y cuarto año (cuarto, de hecho, lo repitió dos veces) y, pese a la insistencia de su mamá, nunca terminó la secundaria: era un estudiante tipo Bart Simpson, que disfrutaba de confrontar a sus profesores tanto como de faltar a clases para irse a andar en longboard por Puerto Madero o a fumar marihuana con sus amigos.

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Fue justamente en las calles asfaltadas pero desiertas de Puerto Madero que, una noche de 2012, se cruzó con un grupo de pibes improvisando rimas y se les acercó. Poco antes de eso, alguien le había mostrado el video de una final entre Kodigo y Tata en la competencia A Cara de Perro de 2010, una batalla clásica que se convirtió en la puerta de entrada de una nueva generación de público y competidores al mundo del freestyle. Y poco después, mientras fumaba porro con su primo y su mejor amigo, Duki se animó a tirar sus primeras rimas. "Yo tengo mucho potencial pero soy muy pajero: me costaba encontrar algo que me motivara", dice él. "Y acá fue la primera vez que pensé: '¡Ah, es esto!'."

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Las batallas de rap le permitían a Duki satisfacer dos necesidades que arrastraba desde chico. La primera era competir, enfrentar a otro, para de esa manera generar la adrenalina que él siempre entendió como energía. La segunda era desafiarse a sí mismo e ir subiendo de nivel, como un Pokémon (el primer tatuaje que se hizo fue un Tyranitar, un pokémon de la segunda generación, en la pantorrilla). Duki no sabe escribir a mano ("No generé esa capacidad en el colegio, no duro ni tres palabras"), pero se encerraba durante horas en el baño chiquito que compartía con su hermano a anotar rimas en el celular, mientras Sandra le gritaba que qué carajo estaba haciendo ahí adentro, que se iba a ahogar.

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"Estaba buscando mi estilo", dice Duki. "Yo quería rapear como esos negros que veía en YouTube, pero no lograba darle musicalidad a las rimas. Por eso empecé a competir. Las batallas, para mí, eran una forma de entrenamiento." Hay algo de esa declaración que se sostiene cuando uno ve sus videos en el Quinto Escalón, la competencia que nació en 2012 en la escalera de una de las entradas laterales del Parque Rivadavia, en la esquina de las calles Chaco y Doblas, y que en 2016 creció hasta convertirse en el torneo de plaza más grande de habla hispana, con miles de asistentes domingo por medio. A diferencia de la mayoría de los competidores, Duki casi no tiraba punchlines, sino que fluía de manera ininterrumpida durante largos pasajes, buscando melodías, prácticamente como si estuviera haciendo una canción en vivo. Su espejo era A$AP Ferg, un rapero estadounidense al que le copiaba hasta los gestos (particularmente el de engancharse el cachete con el dedo índice como si fuera un anzuelo), autor además de "Hella Hoes", el primer tema de trap que Duki dice haber escuchado en su vida. "Siempre odié la batalla en sí", dice Duki. "Me gustaba medirme y me gustaba crecer. Pero lo que yo quería era hacer música."

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En simultáneo a su despertar artístico, Duki empezó a fortalecer un costado espiritual del que no le gusta hablar demasiado, pero al que llegó investigando por su cuenta más o menos a los 17 años, después de que un amigo de su primera crew -los Satuanorinos de Puerto Madero- le hablara del hermetismo: una tradición filosófica basada en los textos de Hermes Trismegisto, un alquimista místico. (Por cierto, "Satuanorino" es "Onironautas" al revés, y los Onironautas son los viajeros de los sueños.) "Era una bestia, Hermes", dice Duki. "Creó Los Siete Principios Herméticos: como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba; todo tiene dos polos; la ley de causa y efecto. Un montón de boludeces que me abrieron mucho la cabeza."

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Duki no solo cree en la alquimia, sino que, además, asegura ser capaz de "verles el aura" a las personas. Para contarme esto, se inclina hacia adelante en su silla, me mira a los ojos y esconde una sonrisa cuando le sostengo la mirada. También ha tenido experiencias en las que visualizó su propio destino, como el día de enero de 2016 en el que le dijo a un amigo: "Este año el Quinto se va a hacer re conocido, voy a ganar una fecha, y después de eso voy a sacar mi primer tema, que va a tener 300.000 reproducciones". En agosto de ese año, efectivamente, Duki ganó la fecha del Quinto Escalón, y en noviembre subió a YouTube "No vendo trap", su primera canción. El pronóstico resultó modesto: gracias a la base de seguidores que arrastraba de ese torneo en particular, el video cosechó 2 millones de streams en dos semanas, el resto es historia 

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